martes, 17 de abril de 2007

Prepararse para perder

A muchos políticos, en todas partes, les encanta que sus asesores y/o consultores les digan los que ellos quieren oir antes que lo que deben oir.
Por eso, muchas veces los amanuenses avanzan más en alcanzar su aprecio que aquellos a quienes preocupa y duele que su(s) abanderado(s) cometa(n) errores tras errores que lo(s) pueda(n) alejar del camino para lograr su objetivo.
De ahí, que con frecuencia, en tertulias y peñas escuchemos que tal(es) o cual(es) político(s), candidato(s) o aspirante(s), no escucha(n) ni atiende(n) sugerencias, y generalmente no se prepara(n) para perder, ya que sólo atina(n) a estar listo(s) para el triunfo, alentado(s) siempre por los alabarderos que se sienten ministros anticipadamente. Craso error.
Jaime Durán Barba, quizás y sin quizás el mejor evaluado de los consultores políticos latinoamericanos, con más de 15 campañas presidenciales y otras decenas de jornadas menores ganadas en el hemisferio, sostiene que en su ejercicio profesional ha abandonado algunas consultorías al advertir que su asesorado no está preparado para perder.
Aquí y en otras latitudes, los políticos gustan mucho de aferrarse al declaracionismo mediático, quejándose con frecuencia de sus manejadores de prensa cuando no consiguen que se destaque como ellos quisieran una que otra actividad y/o exposición a veces intrascendente(s). Es lo que definimos como “irse por las ramas”.
Los consultores y/o asesores no pretenden teorizar sobre la política. En muchos casos, tenemos formación política teórica pero nuestro trabajo es en la práctica, ya que una campaña hay que verla con visión militar, donde se va a ganar …o a perder.
Naturalmente, los resultados dependerán de la estrategia que se utilice y lo que todo consultor prefiere es ganar las elecciones, lo que debe(n) entender y asimilar el(os) candidato(s).
Los políticos/candidatos pretenden golpear a sus rivales y no ser golpeados. Entienden que solamente sus pasos son atinados, rehúsan en mucho reconocer las fortalezas del adversario y, con el lambonismo del entorno en función a todo dar, suelen perder las perspectivas y con ello, las elecciones.
La cabeza fría y el corazón caliente es una frase que resume en 7 palabras la línea conductual apropiada sugerida para todo(s) el(os) que persigue(n) competir en política.
Solamente así, se estará preparado para perder, sin frustraciones para el futuro.

martes, 10 de abril de 2007

Pócima de Lealtad

Hará cosa de 3 a 4 años –no más- que mi amigo de antaño y colega Eulalio Almonte-Rubiera (Lalo) me regaló un cachorrito chow chow, al que etiqueté de inmediato con el nombre de Bacano, lo he alimentado con ternura y hasta le hice “su casa” en el patio de la mía, preocupándome por él en detalles siempre.
Lalo, que es periodista (y de los de verdad, que razona, no teme a los teclados ni escribe en manuscritos antes de ir a la computadora), ni se imagina –supongo- el aprecio que puse y tengo por ese obsequio.
Cuando me levanto, si está libre en el patio, Bacano me espera extendiéndome su extremidad delantera derecha en señal de saludo, gesto que siempre correspondo con mi diestra. Si está encadenado en “su casa” ladra reiteradamente al percatarse de mi presencia. De noche, cuando es liberado para que asuma su rol de vigilante, no titubea para acercarse esperando que le acaricie la cabeza antes de empezar su misión.
En fin, mi perro conmigo es mantequilla en pan caliente, aunque es feroz ante los desconocidos.
En los seres humanos la lealtad es virtud admirable, que no tiene precio y que talvez por ello no abunde. Sin embargo, hay diferencia, aunque colindan, entre la lealtad y la sumisión.
La primera enaltece, la última llega a humillar y hasta degrada, porque elimina la personalidad propia, la iniciativa y hasta el don de gente.
En mi adolescencia revolucionaria, motivada tras leer –entre otros- a Over, Vivir Como El, Economía Política de P. Nikitín y las Citas del camarada Mao, Aurelio Valdez y/o Mercedes (Juancito siempre para mí y los míos), ex hombre rana de los del 65, oriundo de Mata San Juan, cumplió la misión de protegerme de la caverna y la intolerancia, a cuya mira peligrosa me exponía por mi inexperiencia y entusiasmo desmedido de juventud, y todavía hoy nos profesamos una amistad incondicional recíproca.
Juancito es el mismo en dignidad y lealtad pese a los años. Ninguna fortuna material ha conseguido de mantener sus creencias y entregar su juventud a algunos de los principios que lo llevaron a Ciudad Nueva.
Pragmático, confiesa tener sus decepciones y se enorgullece de haber levantado su familia con sacrificios indescriptibles.
Bacano y Juancito son, entre otros, casos diferentes de lealtades que han de servir de pócima nutriente en un mundo donde los antivalores tratan de imponerse por encima de la lógica y el sentido común.

martes, 3 de abril de 2007

Confieso que he vivido

Ni por asomo llega mi osadía (que en este caso pudiera ser más bien un atrevimiento –“agentamiento”, en buen dominicano-) a buscar comparación alguna con el poeta Neruda.
Debo confesar que he vivido grandes satisfacciones durante mi existencia: personales, profesionales, económicas, etc., pero mi artículo de la semana pasada En un Tris…(a Goyito/in memoriam) me brindó especiales estadios de regocijo interior.
Sentí profundamente el deber cumplido –nunca terminal- con el amigo ido a destiempo de la(s) mano(s) aleve(s) y vil(es) de la intolerancia y la impunidad, pero sobretodo, me estremeció en el alma el eco de mis palabras en colegas y amigos de ayer, hoy, mañana y siempre.
Nunca antes, en casi 36 años de ejercicio periodístico, había rebotado lo que he escrito con tanta espontaneidad y nostalgia en quienes me dispensan el privilegio de leer las reflexiones que inspiran estas líneas. He aquí unos pocos ejemplos:
Santiago Estrella Veloz, veterano not retired de mayor data que yo en el periodismo, me escribió diciendo: “Hoy leí tu artículo sobre Goyito y te confieso que sentí nostalgia”. Petra Saviñón lo encontró “hermoso” (lo que me halaga), Manuel Miqui recuerda que estaba en la Duarte con Mercedes la noche fatídica del asesinato y sostiene que “ese periodismo de sentimiento y de honestidad, es historia”, Fausto Jáquez expresa su alegría “por el respeto con que recuerdas a tu maestro” y Francisco Pérez Encarnación dice que “habla muy bien de usted un gesto como éste”. Mi madre lloró al leerlo y Domingo Bautista se sobrecogió entristecido.
Ricardo Rojas León, compadre, hermano y colega, salió de su cueva ejecutiva motivándome mediante e-mail y llamada telefónica a “hacer un esfuerzo por revivir judicialmente el caso” y buscar ganar “una batalla moral”.
María E. García Caba (Tupper) comentó en mi blog (www.paginadelh.blogspot.com) que “tio Gregorio siempre fue una persona digna de alabanza. Yo lo recuerdo aunque estaba pequeña como una persona cariñosa y muy atenta. Gracias por su amabilidad y bonito recuerdo”, y Máximo Manuel Pérez, casi de mi misma generación en el oficio, hizo diana al señalarme:
“Te confieso, viejo amigo, que tu artículo de esta fecha sobre Goyito me causó mucha pena y al igual que tú, cuando yo estudiaba en el IDP, siempre fue receptivo y abierto a mis inquietudes. No tuve el honor de trabajar con él; porque don Rafael me cautivó primero, pero en verdad, creo que a pesar de que ambos se han ido, fuimos afortunados. Cuánta solidaridad había entonces. Y a propósito, ¿es igual ahora?”.
Bien se ve que llegó el mensaje. No puedo estar más satisfecho. Confieso que he vivido.