lunes, 25 de junio de 2007

Rumores, rumores, rumores

La sinrazón y la falta de argumentos y consistencia para sostener o impulsar cualquier causa abrazan generalmente el recurso de la propagación de rumores en procura de alcanzar peldaños que la realidad y la verdad no ponen a su disposición.
La práctica no es de ahora ni exclusiva de nuestro país. Hay quienes con ella han alcanzado buenos resultados y no faltan los que, aunque hacerlo no les reporte beneficio de causa a sus proyectos, insisten en su uso talvez por aquello de que “el día más claro llueve”.
De esa forma, ante cada proceso político que involucre una competencia, no faltan los que –aparentemente especializados en la materia- recurren a propagar rumores para que la gente, mejor deberíamos decir los incautos, asuma como verdad situaciones alejadas de la realidad.
Es cierto que difundir algunos rumores a veces arrastra a la ocurrencia de coyunturas porque contribuye a modificar acciones o a reprogramar estrategias. Visto desde ese ángulo, en determinados momentos algunos rumores puestos a circular han cumplido su cometido.
Ahora bien, que una estrategia diseñada para vencer, ganar o triunfar (como usted prefiera llamarle) tenga su base en rumores, no es correcto. Es condicionar la posibilidad del éxito a una eventualidad, por demás sujeta a variables subjetivas y hasta imprevistas.
Como recurso comunicacional, por lo menos en campañas políticas, la propagación de rumores coloca la estrategia sobre el filo de la navaja, arriesga mucho –talvez todo- y es poca o escasa la posibilidad de éxito. Y los estrategas que ponen los huevos en ese tipo de canasta tienen que estar preparados para lo peor.
Desvencijados por las verdades, triturados por la metodología de la disciplina basada en tratar de colocarse siempre pasos adelante del adversario, los rumores sucumben en el descrédito junto a sus propagadores.
Sin embargo, “cada loco con su tema”, como repite el pueblo, con su proverbial sabiduría de siempre.

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